7.1.10

Ruidos muertos

A Redrado no hay que esperarlo a que se “desatrinchere”. Tiene que ir Aníbal Fernández a su despacho del Central y cerrar la puerta tras de sí. Y después de un rato, salir con la ropa desaliñada y decirle a los periodistas: “Ya está, aquí tengo su renuncia”. ¿Y cómo lo convenció? “Ah, no, ese es un tema privado entre Redrado y yo”.
Ya está. Y como canta el tango: “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”.
Si hasta cuando se murió el hijo de Dios no se paró el universo. Tampoco con Sandro.


La rueda no para nunca.


Se acaba el ruido de un funeral popular y empieza el ruido por otro: el funeral de Martín Redrado en el Banco Central. Lo que no quiere decir que no puede resucitar, pero cruzando hacia el otro lado de donde nunca quiso irse.


Muchos políticos arman tanto ruido para que no se note cuando bajan la voz, que da lo mismo oírlos o no oírlos. Los que no hacen ruido son los predadores económicos furtivos. Ellos tienen lobistas que los representan.


El Banco Central es uno de los lugares que más acechan. De pronto algunos salen a defender el Banco Central tan entusiastamente que uno deduce qué poder guardarán ahí adentro tan celosamente.


El Banco Central hace ruido porque se cree que está aparte de todo. Su presidente presume que es inamovible porque está en un Vaticano independiente del país soberano. Los mismos lamebotas que lamieron al enviado Arturo Valenzuela, lamen ahora a Redrado como antes a Cobos.


Los periodistas colonizados siempre defienden a los virreyes. Y los que fundieron cíclicamente las reservas ahora ponen el grito en el cielo y se vuelven amarretes. El Banco Central es un ruido tardío de los años noventa. El Gobierno pretendió no oírlo y recién se despierta cuando el establishment opositor lo roe desde adentro.


El Central lo inventó en la década infame el presidente del Banco de Inglaterra. Enarbolaban esta consigna: “Que los nativos argentinos elijan sus gobiernos, los ingleses tenemos el Banco central y la hegemonía económica”.

Aquí la oligarquía latifundista bailaba en cuatro patas: las de las vacas. Vino la ya remota revolución económica peronista de los cincuenta, y el banco vuelve a ser argentino. Con los tiempos recomienza su historia de paulatina autonomía. En 1992, la segunda década sombría, se firma una nueva carta orgánica dictada por el Consenso de Washington y los organismos internacionales, para que los gobiernos latinoamericanos no tengan injerencia en los sistemas monetarios.

Y el Banco Central fue como un Estado dentro de otro: el estado Argentino. El nuestro.

Mercedes Marcó del Pont no tuvo éxito en el Parlamento cuando hace pocos años presentó un proyecto para cambiar esa carta orgánica disciplinadora. Y de algún modo con poder de chantaje sobre cualquier gobierno popular con decisiones heterodoxas y no de ajuste o dieta perpetua. Aquí está hoy el precio que se paga. Martín Redrado, más temprano o más tarde, tenía que ser fiel a su naturaleza.


En su caprichosa resistencia ideológica tiene colaboracionistas nostálgicos que fantasean con la idea de un golpe leguleyo al estilo Micheletti en Honduras. Ya está a tono el vicepresidente; se tienta al presidente de la Corte Suprema y se arma una patrulla perdida con el Banco Central. ¿Qué más falta? Los grandes medios dale que dale con la quiebra institucional; los empleados alcahuetes que nunca se jugaron por nada ni por nadie, ahora se encolumnan con el patrón.


El poeta Mario Trejo escribía: “Dos cosas hay que temer: a la derecha cuando es diestra y a la izquierda cuando es siniestra”¡Madre mía!, que el gobierno tenga algún plan para salir de ésta con menos daño que con la 125.

Aguantar, aguanta, pero no es compensatorio atacar sin tener una buena defensa para no recibir piñas al pedo. El papel de la oposición ya está al desnudo: es el de la conspiración permanente. Los grandes Medios le producen el mismo encantamiento de poder que antiguamente les producía el favor de los militares.


A Redrado no hay que esperarlo a que se “desatrinchere”. Tiene que ir Aníbal Fernández a su despacho del Central y cerrar la puerta tras de sí. Y después de un rato, salir con la ropa desaliñada y decirle a los periodistas: “Ya está, aquí tengo su renuncia”. ¿Y cómo lo convenció? “Ah, no, ese es un tema privado entre Redrado y yo”.
Carta abierta leída por Orlando Barone el 7 de Enero de 2010 en Radio del Plata

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