23.1.10

Gregorio “Goyo” Pérez Companc, mecenas del Opus Dei


La última inversión de “El Cardenal”

El hombre más rico del país y principal benefectar del ala ultraconservadora de la Iglesia, ordenó, en su testamento, entregar mil millones de dólares a “obras de caridad”. Pero, mientras tanto, mudó su holding a un paraíso fiscal.



A sus 75 años, Jorge Gregorio “Goyo” Perez Companc acaba de ganarse el cielo y el paraíso. Las dos cosas al mismo tiempo. Y aunque parezcan lo mismo, son cosas bien distintas. El primero lo ganó para su alma, porque Goyo, ferviente católico, sabe que cuánto más se aporte a la Iglesia Católica más se franquea el ingreso al reino de los cielos. La búsqueda del paraíso, en cambio, persiguió fines más terrenales: sus negocios. Dicho de otro modo: el hombre más rico de la Argentina, al que sus propios pares apodaron “El Cardenal” por su devoción cristiana, se entregó a su última inversión de cuerpo y alma.



Se terminaba el 2009 cuando “Goyo” Perez Companc, el único argentino que figura en el ranking Forbes de las 400 mayores fortunas del mundo –ocupa el puesto N° 397–, redactó un testamento en el que habría entregado la mitad de su riqueza personal, que los cálculos más conservadores fijan en unos 1.800 millones de dólares, para obras de filantropía. En su propio entorno aseguran que la mayor parte de ese dinero donado –casi mil millones de dólares– podría canalizarse a través de las finanzas del Opus Dei, la estricta orden católica de la que los numerosos miembros del clan Perez Companc son fervientes seguidores, además de principales aportantes en el país y en la región.



Por eso a Goyo, que heredó la fe religiosa de sus padres y la transmitió a sus siete hijos y tantos otros nietos, también lo llaman “El Cardenal”. El apodo se lleva de maravillas con el estilo reservado y hasta secreto que cultivan los Perez Companc, que no son parte de ese mundo excéntrico y farandulero que frecuentan otros millonarios locales. Tanto es así que, por lo poco que se sabía de la familia y por sus reservas para mostrarse en público, algunos compararon al jefe del clan con un fallecido empresario postal. Fue Amalita Fortabat, otro miembro del club de los multimillonarios, quien salió a aclarar las cosas: “Goyo no es Yabrán; Goyo es la Iglesia”.


La Obra. Junto a la cría de caballos, los Perez Companc son fanáticos de los automóviles. Jorge y Luis suelen participar en carreras de Rally, por el equipo Ford Munchi’s, y el más joven de los varones, Pablo, es piloto de la fórmula Indy, en la que en 2007 sufrió un accidente que lo tuvo al borde la muerte. Goyo también se da sus gustos. En 1998 pagó 635 mil dólares por una Ferrari F50. Es sólo una de las máquinas que integran su flota, donde destaca otra Ferrari, modelo 330 Tri, valuada en 6.875.000 euros; un Porche 911, un Chevrolet Camaro y hasta un Boeing 737, de 45 millones de dólares.



Sin embargo, esta costosa “pasión fierrera” no alcanza para romper la monacal vida que llevan Goyo, su mujer, sus hijos, sus tres nueras y sus cuatro yernos. Un estilo que roza lo secreto y que mucho tiene que ver con la conducta exigida por el Opus Dei, esa prelatura de la Iglesia Católica a la que los dueños de Molinos realizan sus mayores donaciones, incluso antes de la jugosa promesa del testamento. Históricamente, los distintos miembros de la familia han hecho aportes millonarios para la orden que el santo español Josémaría Escrivá de Balaguer creó en 1928 y que se define por su ideología altamente conservadora y una gran capacidad para acumular poder financiero y político, tanto dentro como fuera del ámbito eclesiástico. Según cifras del Opus, hay 87 mil seguidores en todo el mundo y unos 5 mil en la Argentina, donde la orden está a cargo del presbítero Patricio Olmos.



Por estar rodeado de misterios, el Opus también está rodeado de escándalos. En especial, denuncias por el aislamiento a los que habrían sido sometidos muchos de sus miembros, y supuestas prácticas medievales, como la autoflagelación. En la estricta división de roles dentro de la orden, además de los numerarios, que dedican su vida a Dios y viven en los centros de la Obra, con votos de pobreza y castidad, están los supernumerarios, que son los que mayormente sostienen las finanzas del grupo a través de generosos aportes. Por ejemplo, Goyo.


Entre otras cosas, sus donaciones le permitieron al Opus construir en Pilar la Escuela de Dirección y Negocios de la Universidad Austral, el campus y una clínica de alta complejidad; adquirir las instalaciones que la Universidad Católica tiene en Puerto Madero; abrir escuelas en todo el país; financiar al Instituto Fleni e incluso levantar la capilla de Escobar a la que asiste la familia. Todos esos aportes se canalizaron a través de la Fundación Perez Companc, que, como sus benefactores, tampoco permaneció al margen de la controversia.



En 2004 la Afip dispuso eliminar la exención que la Fundación tenía en el impuesto a las ganancias en forma retroactiva a 1988, por considerar que se había estado manejando con intereses de lucro. El reclamo, millonario, fue defendido por el entonces titular del órgano recaudador, Alberto Abad, para quien “el comportamiento de esta fundación, desde lo tributario, es el de un holding financiero disfrazado, por lo que no tiene derecho a una exención tributaria”. En la resolución se citaba como ejemplo que tanto el zoo Temaiken como las clínica Fleni y Austral recibían ingresos por sus operaciones. Y que esos ingresos eran administrados por la Fundación. Para la familia, la decisión de la AFIP fue una “falta de respeto”.


Consultados por esta revista, tanto los representantes locales del Opus como los de la Fundación Pérez Companc se negaron a confirmar o descartar la multimillonaria donación. Pero un religioso que tiene trato frecuente con la familia admitió que “desde hace un tiempo se comenta que el señor Goyo tendría intenciones de hacer una donación importante, pero no creo que todo vaya para el Opus. La familia suele diversificar sus donaciones”. A pesar de las prevenciones, en el Opus se frotan las manos por lo que podría venir: en la historia Argentina no se registra una donación estimada en mil millones de dólares. “Y si nos otorgan la mitad ya sería mucho para nosotros”, se entusiasma el religioso, sin perder la compostura.


-¿Y en qué lo invertirían?


-Bueno, es apresurado, pero hay tantas cosas por hacer en el país. La orden se está abriendo a todas las provincias y el Hospital Austral tiene posibilidades de extenderse. Mejor no especular con estas cosas –concluye, prudente. Se entiende: para que el testamento se haga efectivo, el alma de Goyo deberá mudarse al cielo. El paraíso, en cambio, está mas cerca.




Muchos de los actos filantrópicos del grupo se dieron luego de operaciones exitosas –por caso, las acciones giradas tras la adquisición del Banco Río, luego cedido al grupo Santander, y la venta de la petrolera Pecom – y, al mismo tiempo, fueron marcando los rumbos comerciales del holding. El mecanismo se repitió a fines de 2009, cuando desde el entorno se informó la reestructuración de la composición accionaria del grupo. Junto a la posible donación de los mil millones para beneficencia, la familia informó que su firma estandarte, Molinos, se había mudado a un paraíso…fiscal.



El 16 de diciembre último, Goyo hizo formal lo que venía planeando hace largo rato: su alejamiento del terrenal mundo de las finanzas familiares. Ese día, mediante lo que denominó una “donación”, pero que en lo concreto es una cesión adelantada de derechos hereditarios, le transfirió a sus siete hijos –los varones Jorge, Luis y Pablo, y las mujeres Cecilia, Catalina, Pilar y Rosario– todas sus acciones en la empresa alimenticia Molinos Río de La Plata, la “perla” del holding y donde se han ido concentrando sus operaciones más lucrativas. Según información de la Bolsa de Buenos Aires, donde cotizan las acciones de la empresa, Molinos está valuada en 3.3000 millones de pesos, controla a otras 11 empresas alimenticias y a septiembre de 2009 tuvo una facturación de 6.188 millones de pesos, con ganancias por 241 millones.



En los últimos años, a la par que los números de Molinos mejoraban, el grupo fue adquiriendo otras compañías. En 2007, compró Virgilio Manera SACIFI –fideos Manera– y Grupo Estrella SA –Toddy, Arlistan, etc.– por unos 53 millones de dólares; y en 2008 le pagó 12,5 millones de dólares al grupo chileno Carozzi para quedarse con el 50 por ciento de Bonafide Golosinas.


Para dejar este volumen de negocios en manos de sus hijos –especialmente de Luis y Jorge, que serán los encargados de llevar las riendas– Goyo comenzó por centralizar sus activos en Perez Companc Family SA (PCF), la sociedad controlante de Molinos, de la que el patriarca poseía más del 96 por ciento.



A su vez PCF transfirió ese paquete –el 75 por ciento de Molinos, es decir, unos 2.470 millones de pesos– a una nueva firma, creada estratégicamente para la ocasión: Santa Margarita SRL. De esta sociedad, cada uno de sus siete hijos posee, a título individual, un 5 por ciento (35 por ciento, en total), en tanto que el restante 65 por ciento está en poder de los mismos dueños pero a nivel grupal. El propio patriarca y su mujer, María del Carmen “Munchi” Sundblad Beccar Varela (dueña de heladerías Munchi’s y del zoológico Temaikén), también se habrían reservado una pequeña porción accionaria.



Santa Margarita, que tiene como presidente a Carlos Cupi, histórico hombre de confianza de la familia, no está radicada en la Argentina. Es una empresa off shore con sede en la ciudad norteamericana de Wilmington, cuyo lema municipal es “A place to be somebody”: “Un lugar para ser alguien”. Quizás la frase tenga que ver con que Wilmington es parte del diminuto estado de Delaware, al que los expertos definen como uno de los “paraísos fiscales” más adecuados para realizar operaciones sin pagar demasiado al erario público. De hecho, en noviembre pasado, la ONG inglesa Tax Justice Network lo declaró el lugar con las leyes fiscales más “opacas” de todo el mundo, por delante de otros clásicos del off shore como el principado de Luxemburgo, Suiza o las Islas Caimán. En el estado elegido por Goyo para abrir su nueva sociedad no se cobran impuestos por las ganancias que las empresas radicadas obtengan en otros países, y tampoco es necesario operar físicamente en suelo norteamericano. De hecho, según el informe de la ONG, de las 700 mil compañías registradas en Delaware, apenas la mitad tiene actividad real en los Estados Unidos.




Por otra parte, el patriarca de los Perez Companc eligió el momento justo para “reestructurar su patrimonio”, como gustan decir los especialistas en elusión fiscal. Su carta a la Bolsa de Comercio informando sobre la donación de sus acciones en favor de sus hijos llegó apenas 15 días antes de que en la provincia de Buenos Aires entrara en vigencia el llamado “impuesto a la herencia”, la ley que grava el traspaso de las tenencias de una persona a sus herederos así como todo aumento de riqueza fruto de otras modalidades de transmisión gratuita de bienes (como donaciones, renuncias a derechos, enajenaciones, aportes a sociedades, etc.).


La conveniencia de haber hecho su donación antes del primero de enero pasado –cuando entró a regir la norma– radica en que Molinos Ríos de La Plata, que posee domicilio fiscal en la localidad bonaerense de Victoria, tiene además muchas de sus operaciones en esa provincia; entre ellas, dos plantas de molienda (General Villegas y Tortuguitas) y cinco de acopio (Trenque Lauquen Chivilcoy, Pergamino y Lincoln). Lo mismo pasa con algunas de las muchas estancias que poseen los Perez Companc, en algunas de las cuales desarrollan una de las pasiones familiares: la cría de caballos de raza. Las mujeres del grupo, en especial, son las más dedicadas al cuidado de los haras. Por caso, la mayor de las hijas, Pilar, posee su haras en San Antonio de Areco.



Según explicó Arba, el impuesto –que aún tiene artículos por reglamentar– fija distintas escalas según el patrimonio de cada persona. En el caso de aquellos herederos que reciban una fortuna superior a 10 millones de pesos, como sucedería con los hijos de Goyo, la ley obliga a pagar una suma fija de 525 mil pesos más un 6 por ciento sobre el excedente de lo recibido, en virtud a que el impuesto se empieza a cobrar a partir de los 3 millones de pesos.



Haciendo un cálculo sobre la fortuna estimada de la familia, gracias a la jugada de Goyo, cada uno de sus hijos se habría evitado pagarle al fisco cerca de 1.248.000 pesos, es decir, 8.736.000 pesos por los 7 hermanos. Y sobre las acciones que tienen los herederos en conjunto, la maniobra habría significado un “ahorro” cercano a 96 millones de pesos. En su conjunto, haberse adelantado al “impuesto a la herencia” pudo haberle evitado a los Perez Companc pagar cerca de 105 millones de pesos en concepto de herencia.


Como gran contratista del Estado en los ’70 y unos de los que se benefició con la fiebre privatizadora de los ’90, en ese tiempo el grupo pasó de tener una diversificada cartera de negocios a centralizar sus operaciones en el petróleo, el gas y la electricidad. Para eso, se desprendió de bancos, de la constructora Sade, del Shopping Alto Palermo, de su participación en Telecom y en la empresa de telecomunicaciones Pecom-Net. Pero el último giro llegaría con el nuevo siglo, donde se retiraría del negocio energético para entrar de lleno en el mundo de los agronegocios, en especial a partir de la compra de Molinos, por el que en 1999 le pagó 400 millones a Bunge & Born. Goyo, que en 1977 había quedado al frente del negocio familiar tras la muerte de su hermano Carlos, vio la caída del precio del “crudo” y los rumores de devaluación.


En la actualidad, además de Molinos, las finanzas del grupo pasan por las bodegas Nieto Senetiner, la agropecuaria Goyaiké y su apuesta ganadera en Chile, donde en 2006 adquirió el frigorífico Friosa por 70 millones de dólares.



De los ‘70 a esta parte, para Goyo y su familia fueron negocios tras negocios, y en general, muy buenos. Para explicarlo, sus asesores financieros dicen que tiene “olfato empresarial”. Sus consejeros espirituales, aseguran que cuenta con “apoyo divino”. Quizás su secreto esté en saber combinar ambas cosas.
Publicado por Revista Veintitres