13.7.10

La iglesia ataca ¿De nuevo?

La jerarquía eclesiástica organiza el heterogéneo campo de la oposición al Gobierno nacional
La historia política de la Iglesia Católica en la sociedad argentina no permite excesivos equívocos. Basta compararla con la chilena para ahorrar tiempo y espacio. Cuando en septiembre de 1973 se produjo el golpe de estado contra el gobierno encabezado por el socialista Salvador Allende, la Iglesia trasandina estuvo en la vereda de enfrente.

Por Alejandro Horowicz

Es decir, no descubrió dos décadas más tarde que se trataba de un gobierno inconstitucional, ni siquiera esperó que violara los derechos humanos, bastó que quebrantara el pacto de convivencia democrática para condenar a Augusto Pinochet. No fue ese por cierto el comportamiento de su homóloga argentina, en 1976, aunque buena parte de los militantes guerrilleros eran resultado directo de su prédica pastoral.


No se trataba de una curiosa excepción, sino de una regla no escrita: todos los golpes de estado merecen, en principio, un silencio "comprensivo" de la jerarquía eclesiástica. Así sucedió con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930; y el gobierno fraudulento encabezado por el general Justo, surgido de la proscripción de la Unión Cívica Radical, contó con su respaldo entusiasta. A tal punto, que el entonces Cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, asistió en representación del Papa Pío XI al XXXII Congreso Eucarístico Internacional, que por primera vez se hizo en la Argentina. También era la primera vez que, en la historia vaticana, un secretario de estado (es decir, la mano derecha del Papa) asumía la representación personal del Pontífice en el exterior.


Justo no solo permitió la duplicación de las diócesis, con el consiguiente aumento de personal, sino que para asegurar el normal desenvolvimiento del Congreso Eucarístico, pese a que se trataba de un ateo confeso, amenazó a la dirigencia sindical con represalias sin cuento, no fuera cosa que movilizaran a los trabajadores en su contra. Y por cierto, la sibilina actitud surtió efecto, ya que contradecir a ese presidente no estaba en el libreto de esos sindicalistas.


El golpe del 43, donde el antisemita Gustavo Adolfo Martínez Zuviría, mas conocido como Hugo Wast, ejerciera el Ministerio de Educación, implantó en las escuelas públicas el adoctrinamiento católico. El peronismo, heredero de ese golpe, no modificó esa línea de comportamiento votando la educación religiosa en el Congreso. Era una peligrosa agachada.


Pero las complejas relaciones entre la curia y el presidente Perón terminaron en abrupto enfrentamiento. Tanto que la Iglesia fue el verdadero eje de articulación del golpe del 55. Conviene recordar que la festividad de Corpus Christi fue transformada en manifestación opositora, en respaldo explícito del intento golpista de junio.


El asesinato aleve de varios centenares de civiles, a consecuencia de los bombardeos de Plaza de Mayo, no mereció mayores comentarios por parte de la curia. La réplica no se hizo esperar y la movilización popular quemó por única vez iglesias, sin víctimas fatales que lamentar. Era un nivel de enfrentamiento desconocido.



El general Eduardo Lonardi, primer jefe de la Libertadora, era un oficial de misa y confesión; y Córdoba fue elegida para encabezar el alzamiento militar con una consigna clara: Cristo vence. El comportamiento militante del obispo de esa diócesis facilitó todo. No en vano el mayor número de comandos civiles (militantes armados contra el peronismo) tuvo esa procedencia ideológica. El premio no se hizo esperar: la Revolución Libertadora aceptó, mediante un decreto, la posibilidad de conformar universidades confesionales.


Como la resistencia universitaria resultó enconada, la Libertadora dejó para mejor oportunidad la puesta en acto de la nueva "ley". Y fue el gobierno de Arturo Frondizi el que facilitó tan regresiva legislación, en flagrante contradicción con toda su militancia universitaria (Frondizi fue presidente de la Federación Universitaria Argentina), y por cierto con la tradición de la UCR. No fue nada fácil terminar de imponerla; multitudes se movilizaron en su contra, el país se dividió en bandos, y si bien la lucha de calles y la opinión personal de los legisladores radicales le era adversa, primó la disciplina partidaria. Esto es, el úkase de Frondizi.


En 1966, con la asunción del general Juan Carlos Ongania al poder, el carácter del compromiso con la Iglesia mutó: el país fue dedicado a una virgen. Nunca había sucedido, y provocó la indignación militante de católicos consustanciados con la opción por los pobres.


El derrumbe de la dictadura y el regreso de la democracia del 73 aporta otra visión católica: la de los sacerdotes para el Tercer Mundo. Fue un brevísimo interregno. La muerte del general Perón y el viraje de Pablo VI facilitó el realineamiento de los obispos; la sensibilidad frente a los desposeídos paso a ser un argumento sin contraparte. Tanto, que la dictadura burguesa terrorista de Videla, Massera y Agosti, orientada por José Alfredo Martínez de Hoz, contó con la mayoritaria connivencia de la Iglesia, y ni siquiera el asesinato de monseñor Angelelli modificó las cosas. Era un camino sin retorno.


No solo los capellanes militares participaron activamente en la represión ilegal - el caso Von Wernich ilustra pero no explica - , además, impidieron que el Papa se pronunciara públicamente contra ese siniestro poder. Por cierto, la Iglesia no obsequió tanta tolerancia a los gobiernos parlamentarios posteriores, salvo al de Carlos Saúl Menem; pero la situación cambió de calidad a partir del 2003. Es que la Iglesia no solo milita por la impunidad de los represores, sino que se considera garante intelectual del partido del orden. Esto es, la supuesta última ratio del estado nacional.


La posibilidad de que el Congreso vote una ley por la que personas del mismo sexo puedan casarse legalmente, puso sobre el tapete su tradicional y paradójica homofobia. Pero conviene no equivocarse, el problema no es teológico. Una ampliación de los derechos de las personas no afecta la tradición católica.La iglesia romana lo sabe, lo que afecta es el monopolio que viene ejerciendo sobre los valores nominales. Para que se entienda: Von Wernich puede decir misa en el penal de Marcos Paz, pese a su condena, y un homosexual no puede recibir la hostia. De modo que torturar, delatar y robar no merecen castigo alguno, no atenta contra la identidad de la familia católica, ni pone en peligro el ser nacional, la homosexualidad si.


Eso es dejar las cosas en claro, no sea cosa que alguien se confunda, ya que en esta materia solo se confunden los que se toman un trabajo increíble. Todos los demás saben: toda conquista democrática tiene un enemigo histórico. Con un añadido: el progresismo católico, que por cierto existe, se la ve en figurillas para no ser sepultado por la andanada inquisitorial. Ni siquiera durante el debate sobre el divorcio vincular, la jerarquía católica adoptó una postura tan intransigente. El motivo es transparente y precisarlo es descular el nudo de la política nacional: la oposición conforma una galaxia caótica, solo la Iglesia puede organizarla, y el camino que eligió en esta oportunidad para hacerlo pasa por rechazar, con toda la furia, el matrimonio gay.


El Argentino