15.4.10

Merceditas

Mercedes Marcó del Pont consiguió el acuerdo para ser presidenta del Banco Central. El tránsito fue enardecido y binario. El Grupo “A” la maltrató, la citó con anticipación más insultante que escasa a una reunión mal convocada, después revisó parcialmente esa tropelía, pero se negó a hacerle preguntas. La Comisión de Acuerdos avasalló el reglamento y se olvidó en Pasos Perdidos los buenos modales. Un analista político, de ordinario contenido en sus juicios, la calificó de “usurpadora”, cuando todavía el Senado no se había expedido sobre su designación y estaba, legalmente, en comisión.

Marcó del Pont evitó victimizarse o abusar de la defensa propia. Respondió con argumentos a los agravios y a las acusaciones exaltadas. Transitó por los medios, incluso los marcadamente opositores, polemizando con altura. No desdibujó la sonrisa de su rostro ni cedió un ápice en términos ideológicos o técnicos. Dio clases de temple, de fundamentación y de buena onda.


Se alegó que se ponía en la balanza su conducta, lo que es adecuado, no lo fueron muchos cargos que se le formularon. Gerardo Morales, presidente del bloque radical, la acusó de supuestos delitos. Se basó en berretas sentencias de primera instancia que fueron revocadas por la Cámara, con reproches severos para una de las juezas y para los denunciantes.



Los opositores callaron, en cambio, que también estaba en cuestión el perfil novedoso de la funcionaria, al parecer de este diario, encomiable.



Llega a la cabeza del Central, feudo habitual de emergentes de la City, sustentada en una larga trayectoria en defensa del interés nacional y de la producción. Crítica del menemismo y defensora del desarrollo propio cuando pocos osaban serlo, las posiciones de Marcó del Pont resisten cualquier archivo. De ahí que sus adversarios privilegien la diatriba a ese recurso, tan socorrido en la coyuntura.


Seguramente merecía un guarismo más amplio y no depender de Carlos Menem a la hora de la verdad. Pero sus contrincantes tampoco resisten el análisis de saliva. Se trataba de una contienda política en torno de un perfil chocante al sentido común del centroderecha argentino.



Ahora, le cabe a Marcó del Pont coronar en hechos su promisoria llegada: gestionar a la altura de sus pergaminos, misión bien ardua. Algunas insinuaciones produjo ya, en especial tratar de inducir a bancos privados que ganan dinero sin trabajar de tales a un comportamiento más afín al interés colectivo. Su voluntad y buen tino son innegables, las herramientas con las que cuenta son limitadas, pues la banca central noventista se amañó para otros cometidos. Una urdimbre legal que, en mala hora, no se retocó en este siglo.




La moderada e inteligente reforma de la Carta Orgánica que Marcó del Pont propuso cuando era diputada –todo lo indica– no podrá pasar en un Congreso polarizado al mango. Quizá pueda consensuarse una reforma del sistema financiero si el oficialismo sabe sumar, buscando aliados en el centroizquierda. En el contexto de una política económica coyuntural market friendly da la impresión de que el Frente para la Victoria (FpV) no empujará el impuesto a las actividades financieras, una deuda flagrante.


En suma, el Banco Central tiene la mejor presidenta imaginable, dentro de los elencos capacitados al efecto, y un haz de desafíos por delante. Su temperamento democrático rayó alto en el lapso que transitó en la cuerda floja, que no fue tan prolongado: poco más de cuarenta días desde que se conoció el Fondo de Desendeudamiento (Fondea). El Congreso, con sus vicisitudes, funcionó más allá de las profecías catastrofistas y de la indignación reglada por el sentido común mediático.



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